martes, 27 de julio de 2010

De los impedidos y de la fortuna del Capitán

Que triste si impedido fuese de escuchar el canto de la Sirena desgranarse con la brisa marina. Siendo esa mi suerte vendría bien inventarme un artilugio para imaginar los tonos entretejidos, desde el lila hasta el púrpura, brotan de su voz.

Que artificioso debería de ser yo, si por impedido de la vista, de su belleza privado yo estuviese. Teniendo que imaginar e imaginar, uno y otro día los miles de diferentes trazos en violetas, lilas, amatistas y morados, necesarios para dibujarla en mis recuerdos. No obstante, afortunado al tiempo sería, pues en compenza siempre de la Sirena, una nueva y bella imagen yo tuviera. Las coleccionaría todas, serían tantas de ellas que llenaría un museo entero para mí, y treinta y tres flotas de barcos de buena madera.

Desolados los que su silueta en reposos, no podrán sentir. Cuanto tesoro hay percibir el tacto de sus pestañas en mi mejilla, en la cálidez húmeda de un beso, la sustancia de su cariño en sus caricias. Que triste no sentir el reclamo mi brazo en sus senos para dormir. Nunca sabrás que significa sentir su respirar en tu espalda ni besar sus cejas. Si no puedes tocarla, entonces no sabes que es el tacto. Por ello nunca sabrás del lenguaje nocturno de una Sirena, si nunca has dormido con ella.

Dime si no tengo por suerte, que a la mitad de una jornal, de un día de mal tiempo o de uno sin viento; tenga mi fortuna en mi Sirena.

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